P. Héctor Díaz F.
Acababa de regresar de México, a donde había ido a revisión médica para poder continuar con mi trabajo misionero.
Estaba en Seúl, sentado en mi escritorio, atendiendo los asuntos atrasados, cuando sonó el teléfono. Al descolgarlo y decir “yio bo seo” (¡bueno!), oí que respondieron: “Soy Kim Hi-jun, Higinio, tu obispo de la arquidiócesis de Kwangju, ¿me puedes ayudar en el Seminario Mayor como Director Espiritual? También se te pedirán algunas otras cosas, pero esto es lo principal”.
- Cómo no, señor Obispo – contesté – pero permítame primero llamar a mi superior regional.
- Me acabo de comunicar con él – me dijo.
- Con mucho gusto lo haré – le afirmé - y sin añadir más colgó.
Así comenzó para mí una aventura del trabajo misionero que nunca imaginé que me tocaría realizar. Entonces tenía 73 años (ahora tengo 75) y a Dios gracias contaba – y cuento – con salud.
No tenía idea sobre cómo o por dónde empezar pero luego me llamaron para que fuera a ver al Arzobispo y en su presencia leer y firmar mi compromiso de obediencia al obispo y a la fe de la Iglesia. Después, tuve que ir al seminario a visitar al rector y de paso ver el cuarto donde iba a vivir. Al final, y ya en el seminario, me tocó conocer al equipo de formación espiritual y ellos me informaron al detalle cuáles serían mis labores.
La estancia en el seminario me introdujo a un mundo nuevo y desconocido para mí. Lo que yo conocía de los seminarios lo había aprendido como alumno, y no como sacerdote responsable de la formación de los seminaristas. Sin embargo esta experiencia fue una oportunidad para renovarme a mí mismo y para conocer un mundo que se mueve cien por ciento al estilo coreano: muy hermoso, pero muy exigente no sólo para los alumnos – quienes, para poder ingresar, deben tener en la escuela un promedio mínimo de nueve – sino también para los sacerdotes, que deben contar con un doctorado en la materia que habrán de impartir o relacionado con el cargo que deberán realizar.
El siguiente paso fue el encuentro con los 17 sacerdotes del equipo de formación y los 134 seminaristas… ¿Alicia en el país de la maravillas? Algo así, pero en un mundo muy real.
Ahora doy las gracias de todo corazón por esta hermosa y renovante experiencia que duró dos años, primero, a Dios, y luego al señor Obispo Higinio, quien me dio tal oportunidad. Pido a Dios que lo proteja y lo guíe en su trabajo para que coseche muchos y abundantes frutos para él y su arquidiócesis.
P. Héctor Díaz, MG