과달루페 외방선교회 한국 지부

jueves, 27 de octubre de 2011

Maryknoll, 100 años al servicio de la Misión

 Vista general de la catedral de Cheongju
 Obispos y PP. de Maryknoll después de la celebración eucarística
 P. José Navarro (der), P. Gerard Ham (centro) y P. Eugenio Romo
 Felicitaciones después de la ceremonia
 Foto del recuerdo...

Sus inicios...
La sociedad misionera de Maryknoll fue fundada hace 100 años por el episcopado americano. La idea de tener un Instituto misionero fue de los padres J.A. Walsh y T.F. Price quienes, volviendo los ojos a Europa veían que el viejo Continente ya contaba con algunos de ellos. El Episcopado americano aceptó la idea y el 29 de junio de 1911 nació el "Instituto de misiones extranjeras para la evangelización de oriente" quienes instalaron su Casa General en una pequeña colina a la que llamaban la "Colina de la virgen" y posteriormente Maryknoll nombre con el que es conocido a nivel mundial este Instituto; en  1918 envió sus primeros cuatro sacerdotes a China.

Actividad en Corea
En noviembre de 1922 se les encomendó la región en Pyongyang para envangelizar debido a la poca presencia católica en esa parte de la península coreana, un año después ya contaban con una casa como base para el envío de misioneros. Después de la guerra coreana los misioneros de Maryknoll fueron expulsados del norte de Corea por lo que concentraron su actividad misionera en el sur. Gracias a su actividad misionera se fundaron las diócesis de Pyongyang, Cheongju, e Incheon además de múltiples trabajos en otros lugares del país principalmente en Seúl y Pusán.

Celebración del 100 aniversario de su fundación enl a catedral de Cheongju
Para celebrar este memorable acontecimiento la diócesis de Cheongju organizó un evento que consisitió en una celebración eucarística, discursos congratulatorios y una comida para todos los asistentes. A la ceremonia asistieron el Nuncio apostólico, Osvaldo Padilla, 15 obispos, 80 sacerdotes de Seúl y CheongJu, 4 misioneros de Guadalupe, varias religiosas y un buen número de fieles católicos. También asistieron todos los padres y hermanas de Maryknoll en el país, actualmente su número se reduce a 16.

La Eucaristía fue precedida por el Sr. Cardenal Nicolás Cheong, titular de la Arquidiócesis de Seúl. Durante la homilía se recordó la trayectoria de Maryknoll desde su fundación y principalmente su actividad en la península coreana a lo largo de 88 años, se mencionaron de una manera especial los trabajos que realizaron a favor de la gente en general después de la guerra coreana con ayuda humanitaria, alimentos, vestido, asistencia médica y claro está, asistencia espiritual, también se mencionó su destacado trabajo en la fundación de las diócesis arriba mencionadas. "Los padres de Maryknoll han compartido las alegrías y sufrimientos del pueblo coreano todos estos años, principalmente después de la guerra", recordó el Cardenal Cheong. "Hoy día no es posible para Maryknoll el envío de tantos misioneros como en el pasado a Corea pero tenemos la esperanza de que la Iglesia coreana siga la obra evangelizadora en esta parte de Asia, que pronto venga la unificación de Corea y algún día podamos regresar a Pyogyang" comentó el P. Gerard Ham, Superior de la Misión.

Maryknoll se ha distinguido por la ayuda que ha proporcionado a lo largo de su historia en la fundación de otros Institutos Misioneros y Ordenes religiosas alrededor del mundo, entre otros, Misioneros de Guadalupe, Instituto de Misiones extranjeras de Filipinas, Instituto de Misiones extranjeras de Corea, Orden de las hermanas del Perpetuo socorro, etc.

Pidamos a Dios para que siga bendiciendo e inspirando a esta memorable Institución al servicio de la evangelización. ¡Felididades!

jueves, 20 de octubre de 2011

Mensaje del DOMUND 2011

«Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21)


Con ocasión del Jubileo del año 2000, el venerable Juan Pablo II, al comienzo de un nuevo milenio de la era cristiana, reafirmó con fuerza la necesidad de renovar el compromiso de llevar a todos el anuncio del Evangelio «con el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos» (Novo millennio ineunte, 58). Es el servicio más valioso que la Iglesia puede prestar a la humanidad y a toda persona que busca las razones profundas para vivir en plenitud su existencia. Por ello, esta misma invitación resuena cada año en la celebración de la Jornada mundial de las misiones. En efecto, el incesante anuncio del Evangelio vivifica también a la Iglesia, su fervor, su espíritu apostólico; renueva sus métodos pastorales para que sean cada vez más apropiados a las nuevas situaciones —también las que requieren una nueva evangelización— y animados por el impulso misionero: «La misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal» (Juan Pablo II, Redemptoris missio, 2).

Id y anunciad
Este objetivo se reaviva continuamente por la celebración de la liturgia, especialmente de la Eucaristía, que se concluye siempre recordando el mandato de Jesús resucitado a los Apóstoles: «Id...» (Mt 28, 19). La liturgia es siempre una llamada «desde el mundo» y un nuevo envío «al mundo» para dar testimonio de lo que se ha experimentado: el poder salvífico de la Palabra de Dios, el poder salvífico del Misterio pascual de Cristo. Todos aquellos que se han encontrado con el Señor resucitado han sentido la necesidad de anunciarlo a otros, como hicieron los dos discípulos de Emaús. Después de reconocer al Señor al partir el pan, «y levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once» y refirieron lo que había sucedido durante el camino (Lc 24, 33-35). El Papa Juan Pablo II exhortaba a estar «vigilantes y preparados para reconocer su rostro y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: ¡Hemos visto al Señor!» (Novo millennio ineunte, 59).

A todos
Destinatarios del anuncio del Evangelio son todos los pueblos. La Iglesia «es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo, según el plan de Dios Padre» (Ad gentes, 2). Esta es «la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Existe para evangelizar» (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 14). En consecuencia, no puede nunca cerrarse en sí misma. Arraiga en determinados lugares para ir más allá. Su acción, en adhesión a la palabra de Cristo y bajo la influencia de su gracia y de su caridad, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y a todos los pueblos para conducirlos a la fe en Cristo (cf. Ad gentes, 5).
Esta tarea no ha perdido su urgencia. Al contrario, «la misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse... Una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio» (Redemptoris missio, 1). No podemos quedarnos tranquilos al pensar que, después de dos mil años, aún hay pueblos que no conocen a Cristo y no han escuchado aún su Mensaje de salvación.
No sólo; es cada vez mayor la multitud de aquellos que, aun habiendo recibido el anuncio del Evangelio, lo han olvidado y abandonado, y no se reconocen ya en la Iglesia; y muchos ambientes, también en sociedades tradicionalmente cristianas, son hoy refractarios a abrirse a la palabra de la fe. Está en marcha un cambio cultural, alimentado también por la globalización, por movimientos de pensamiento y por el relativismo imperante, un cambio que lleva a una mentalidad y a un estilo de vida que prescinden del Mensaje evangélico, como si Dios no existiese, y que exaltan la búsqueda del bienestar, de la ganancia fácil, de la carrera y del éxito como objetivo de la vida, incluso a costa de los valores morales.

Corresponsabilidad de todos
La misión universal implica a todos, todo y siempre. El Evangelio no es un bien exclusivo de quien lo ha recibido; es un don que se debe compartir, una buena noticia que es preciso comunicar. Y este don-compromiso está confiado no sólo a algunos, sino a todos los bautizados, los cuales son «linaje elegido, nación santa, pueblo adquirido por Dios» (1 P 2, 9), para que proclame sus grandes maravillas.
En ello están implicadas también todas las actividades. La atención y la cooperación en la obra evangelizadora de la Iglesia en el mundo no pueden limitarse a algunos momentos y ocasiones particulares, y tampoco pueden considerarse como una de las numerosas actividades pastorales: la dimensión misionera de la Iglesia es esencial y, por tanto, debe tenerse siempre presente. Es importante que tanto los bautizados de forma individual como las comunidades eclesiales se interesen no sólo de modo esporádico y ocasional en la misión, sino de modo constante, como forma de la vida cristiana. La misma Jornada mundial de las misiones no es un momento aislado en el curso del año, sino que es una valiosa ocasión para detenerse a reflexionar si respondemos a la vocación misionera y cómo lo hacemos; una respuesta esencial para la vida de la Iglesia.

Evangelización global
La evangelización es un proceso complejo y comprende varios elementos. Entre estos, la animación misionera ha prestado siempre una atención peculiar a la solidaridad. Este es también uno de los objetivos de la Jornada mundial de las misiones, que a través de las Obras misionales pontificias, solicita ayuda para el desarrollo de las tareas de evangelización en los territorios de misión. Se trata de sostener instituciones necesarias para establecer y consolidar a la Iglesia mediante los catequistas, los seminarios, los sacerdotes; y también de dar la propia contribución a la mejora de las condiciones de vida de las personas en países en los que son más graves los fenómenos de pobreza, malnutrición sobre todo infantil, enfermedades, carencia de servicios sanitarios y para la educación. También esto forma parte de la misión de la Iglesia. Al anunciar el Evangelio, la Iglesia se toma en serio la vida humana en sentido pleno. No es aceptable, reafirmaba el siervo de Dios Pablo VI, que en la evangelización se descuiden los temas relacionados con la promoción humana, la justicia, la liberación de toda forma de opresión, obviamente respetando la autonomía de la esfera política. Desinteresarse de los problemas temporales de la humanidad significaría «ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor al prójimo que sufre o padece necesidad» (Evangelii nuntiandi, 31. cf. n. 34); no estaría en sintonía con el comportamiento de Jesús, el cual «recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la buena nueva del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias» (Mt 9, 35).
Así, a través de la participación corresponsable en la misión de la Iglesia, el cristiano se convierte en constructor de la comunión, de la paz, de la solidaridad que Cristo nos ha dado, y colabora en la realización del plan salvífico de Dios para toda la humanidad. Los retos que esta encuentra llaman a los cristianos a caminar junto a los demás, y la misión es parte integrante de este camino con todos. En ella llevamos, aunque en vasijas de barro, nuestra vocación cristiana, el tesoro inestimable del Evangelio, el testimonio vivo de Jesús muerto y resucitado, encontrado y creído en la Iglesia.
Que la Jornada mundial de las misiones reavive en cada uno el deseo y la alegría de «ir» al encuentro de la humanidad llevando a todos a Cristo. En su nombre os imparto de corazón la bendición apostólica, en particular a quienes más se esfuerzan y sufren por el Evangelio. 



miércoles, 5 de octubre de 2011

Escogido por Dios… para florecer y dar fruto

  P. Alberto con acolitos de la parroquia

 P. Alberto con el grupo de jovenes de la parroquia de Gumdang


El P. Alberto Puente Colunga, de Cedral, SLP, nos comparte su experiencia como misionero a casi un año de recibir el orden sacerdotal
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Deseo compartir con todos ustedes a través del presente artículo, algo de mi experiencia sacerdotal misionera; a casi un año de haber recibido el Sacramento del Orden Sacerdotal en en la parroquia de “Nuestra Señora de la Asunción” de Cedral, S.L.P., México.

A lo largo de mi proceso de formación en el seminario, tanto en México como en Corea del Sur, pude constatar de que he sido una persona agraciada, ya que he sido electo para caminar como pueblo escogido y amado por Dios, que se muestra como amigo y padre brindándonos amor en cada experiencia de nuestra vida. Por consiguiente, viene a mi mente una frase que me ha acompañado desde el tiempo de formación, como seminarista, hasta hoy en día ya como sacerdote: “Es por Dios y solo por Él que estamos aquí. No somos obra de la casualidad sino que estamos ocupando nuestro propio lugar y es ahí donde debemos de florecer y dar fruto.”

Ha sido motivo de gran alegría haber terminado mis estudios en Corea del Sur, regresar a México, estar con mi familia, padres, hermanos, amigos, etc., y en compañía de ellos, después de unos cuantos meses recibir el Sacerdocio y ser nuevamente enviado a la Misión de Corea pero ahora ya como Sacerdote Misionero de Guadalupe.

Estando consciente del reto que implica la labor misionera, sé que no ha sido una casualidad pues Dios es quien ha puesto sus ojos en mi y a pesar de mis defectos, debilidades y todo lo que implica mi persona, me ha llamado y he querido responderle como discípulo y misionero, lanzando las redes mar adentro para que nuestro pueblo, que es la Iglesia Universal, vea en Jesucristo una vida felíz y abundante, construida con solidaridad y paz. Esta tarea de ser misionero, va acompañada siempre de la presencia de Dios y sin duda el Espíritu Santo, con su fuerza y poder, es quien me ha acompañado en esta desafiante pero hermosa misión.

A mi arribo a Corea, el 2 de enero del presente año, fui asignado como vicario a una de nuestras parroquias donde el día de hoy me encuentro trabajando, dicha parroquia es: Gumdang, ubicada en la ciudad de Suncheon Corea al sur de la peninsula. Sé que este es el principio de mi labor como Sacerdote Misionero, la cual la realizo principalmente con los niños, adolescentes, algunos jóvenes que participan en las actividades parroquiales y el grupo de catequistas que los atienden; y claro brindo atención a los fieles y demás actividades que surgen en la parroquia.

Recuerdo con alegría mis años de formación en el Seminario de Gwangju Corea, con los seminaristas coreanos, pues ésto me ayudó a conocer y vivir más de cerca la cultura coreana. Hoy que ya que me encuentro trabajando en la parroquia, veo que el ministerio del presbítero requiere de inculturación, pues está llamado a conocer la cultura de la misión y así poder sembrar entre los fieles la semilla del Evangelio, es decir, el Sacerdote es imagen del Buen Pastor siendo llamado a ser hombre cercano a su pueblo y servidor de todos, como nos lo dice Hebreos 5,1: “Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y está consituido en favor de los hombres, en todo lo que se refiere al servicio de Dios.”

Pues bien, esto es algo de lo que hoy en día estoy viviendo en nuestra Misión de Corea, sé que voy iniciando mi caminar dentro del Ministerio Sacerdotal Misionero, sé que el camino es largo y que me falta mucho por caminar y hacer; por tanto, me encomiendo a sus oraciones para que Dios siga sembrando la Buena Nueva en su Iglesia y en aquellos que no le conocen, a través de sus intrumentos, los misioneros, quienes han sido llamados para servir a la Iglesia Universal a través de la Mision.

Alberto Puente Colunga